El aire se electrifica cuando el ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, figura central en la actual istración, se sienta a ser entrevistado y desgranar las entrañas del modelo económico que busca edificar. Como si fuera una cuenta regresiva implacable, el tiempo se ciñe en su despacho, donde una lámina del dibujante Nik señala los días que le quedan para reformar el Estado argentino sin la necesidad de pasar por el Congreso. Una biografía de Elon Musk y un muñeco de Javier Milei esgrimiendo una motosierra adornan el ambiente, elementos que pintan de cuerpo entero la filosofía que motoriza su gestión. ¿Estamos ante un verdadero cambio de paradigma o solo una voltereta más en el sinuoso camino de la economía argentina?
Este contador y economista, con una vasta trayectoria que incluye haber sido presidente del Banco Central, del Banco Ciudad y decano de la Escuela de Negocios de la Universidad Di Tella, y también legislador, se planta firme: no habrá prórroga de las facultades delegadas. “Siempre la idea fue no renovarlas, porque yo necesitaba que mi equipo estuviera muy consciente del tiempo que teníamos”, afirma, revelando la intencionalidad detrás de la premura. En estos días que corren, los anuncios son un hervidero: fusiones de organismos, cierres de otros y una centralización de entidades que, con el tiempo, habían crecido de manera descentralizada. Se viene, según sus palabras, una “profunda reformulación del Estado”, un movimiento que se anticipa “bastante importante”.
Pero, ¿qué es lo que subyace a esta “motosierra” desregulatoria? La visión del ministro es contundente: hay que “destruir” el “castillo legal”, una suerte de entramado normativo edificado por lo que él denomina la “casta” empresaria, política y sindical, con el peronismo como su principal artífice. La estrategia es doble: primero, desmantelar la arquitectura legal que han construido y, segundo, minar financieramente a esos grupos de interés. Como ejemplo, subraya la eliminación de intermediarios en la ayuda social, una medida que, según él, hizo desaparecer los piquetes “de un mes al otro”. Para este economista, este desarme es el cimiento para un ciclo de orden y crecimiento que, a la larga, beneficie incluso a quienes hoy se resisten. Es, en definitiva, la senda para alcanzar la estabilidad institucional que tanto anhelamos, esa que ya disfrutan vecinos como Perú, Chile y Uruguay, donde las reglas económicas básicas son respetadas por distintos signos políticos. ¿Será que, de esta manera, nuestro riesgo país se acerque a esos niveles, dejando atrás los 722 puntos que nos alejan de ellos?
“Para salvar a la industria tenemos que abrir la economía. Argentina nunca va a tener una industria exitosa en el mundo si no tiene una economía lo suficientemente abierta que le permita a sus productores industriales tener los insumos que necesitan para competir” sentencia Sturzenegger
La conversación deriva hacia un concepto fundamental: la apertura económica como salvavidas de la industria. “Para salvar a la industria tenemos que abrir la economía. Argentina nunca va a tener una industria exitosa en el mundo si no tiene una economía lo suficientemente abierta que le permita a sus productores industriales tener los insumos que necesitan para competir”, sentencia con firmeza. Este punto es clave para comprender la lógica detrás de muchas de las medidas. Es que, en un país que, a lo largo de su historia, ha coqueteado con el cierre de fronteras, la idea de que la salvación reside en la apertura puede sonar contraintuitiva para muchos empresarios locales. ¿Cómo competir con un gigante global si no hay resguardos? La respuesta que se desprende de sus palabras es que la competencia interna, sin la oxigenación de la competencia externa, es un espejismo que condena al atraso. Es el clásico dilema del huevo y la gallina, pero con una dirección clara: la apertura genera exportaciones y, a su vez, una industria más robusta.
Mirando hacia el futuro, el entrevistado pone la mira en las elecciones legislativas de octubre. El caudal de votos que el oficialismo obtenga será, a su entender, determinante para ampliar el horizonte de reformas. Se abre una ventana para una “reformulación de leyes para la cual no teníamos facultades delegadas”, y en la lista aparecen temas de peso: reformas laboral, tributaria y previsional, además de una profundización de la apertura económica. Esas son, para él, las herramientas para que Argentina logre un verdadero “upgrade” de su estructura productiva y despliegue su potencial. Y aquí entra en juego un concepto audaz: la popularidad del ajuste. “Lo que dice Javier es: el achicamiento del Estado no es impopular, es popular”, afirma, apoyándose en el hecho de que un presidente que “ajusta cinco puntos del gasto público” se vuelva más popular. ¿Es esto un reflejo de un cambio profundo en la mentalidad de los argentinos o una coyuntura particular que capitaliza el hartazgo con la situación económica?
El “triángulo de las Bermudas” argentino, una metáfora que utiliza para describir la trampa construida por sindicatos, una parte del empresariado y el peronismo (al que interpreta como “el partido conservador de Argentina, el partido de los intereses creados”), es el monstruo a vencer. Y aquí la estrategia es quirúrgica: desmantelar su “castillo legal” y debilitarlos financieramente. Es una batalla cultural, según sus palabras, la de explicar que “el kirchnerismo era el ajuste, que el alto gasto público era el ajuste”. Un giro de tuerca en la narrativa que busca romper con viejas verdades instaladas.
“Lo que hizo Moreno de prohibir la exportación fue realmente criminal, y nos terminó depletando el stock y encareciendo la carne” señala Sturzenegger
En el sector agropecuario, la desregulación es la bandera. La liberalización de las exportaciones cárnicas, por ejemplo, fue, según él, beneficiosa para el mercado interno. Y aquí no escatima críticas: “Lo que hizo Moreno de prohibir la exportación fue realmente criminal, y nos terminó depletando el stock y encareciendo la carne”. ¿Cómo no recordar aquellas épocas donde la carne era un lujo inalcanzable? El contraste con Brasil, que no prohibió las exportaciones y vio crecer su rodeo, es elocuente. El ministro también se entusiasma con el potencial global de la yerba mate, un producto tan arraigado en nuestra idiosincrasia. “Tenés a Franco Colapinto y a Leo Messi tomando mate, a [Antoine] Griezmann”, dice, imaginando un escenario donde este producto conquista el mundo. La eliminación de restricciones a la producción, como las prohibiciones para plantar yerbales, es para él un paso fundamental: “Un propio país se impedía crecer”, y “esas son las distorsiones que tenemos que ir erradicando”.
La conversación vuela hacia Tierra del Fuego, un territorio emblemático por su régimen de promoción industrial. Ante la eliminación de aranceles proteccionistas que podrían impactar en la industria electrónica fueguina, el ministro minimiza el impacto adverso y subraya los beneficios para el grueso de los argentinos. “Estamos hablando de 2.000 personas, de una masa laboral de seis millones y medio de personas”, relativiza. La lógica es que la eliminación del régimen especial crearía más empleos de los que destruiría, ya que los consumidores tendrían más dinero disponible al pagar menos por los productos electrónicos. Una visión que, sin dudas, genera debate. Pero su optimismo sobre el potencial de la provincia es desbordante: “No hay ningún motivo por el cual en pocos años no pudiera tener los niveles de ingreso de un país europeo”, citando sus reservas gasíferas, además de su potencial pesquero y turístico.
Otro punto de fricción es el precio del turismo interno, especialmente en la Patagonia, donde paseos en el glaciar Perito Moreno llegaban a costar “US$400 por persona”. Una verdadera patada al bolsillo para una familia tipo. “Una familia de cuatro personas tiene que hacer un paseo de la tarde. ¿US$2.000? No tiene absolutamente ningún sentido”, critica. La raíz del problema, según su análisis, eran los monopolios otorgados por Parques Nacionales a empresas privadas, que compartían las rentas. La modificación del régimen hace un mes y medio, abriendo la explotación turística de manera competitiva, debería llevar, según anticipa, a una rápida baja de los precios.
“Esto no es una apreciación que se produce quizás por una especulación financiera, el famoso carry trade o cosas por el estilo", argumenta Sturzenegger
Y hablando de precios, ¿qué pasa con la apreciación del peso? Para él, es “sana” y responde a “buenos motivos”. “Esto no es una apreciación que se produce quizás por una especulación financiera, el famoso carry trade o cosas por el estilo", argumenta, sosteniendo que el país atraviesa un “shock exportador muy genuino” por Vaca Muerta y el futuro boom minero, lo que naturalmente tiende a apreciar la moneda. En un país acostumbrado a la devaluación constante, esta lectura choca con la intuición de muchos, especialmente de aquellos que ven cómo sus exportaciones se encarecen.
Finalmente, el ministro se detiene en un fenómeno curioso: la posible inspiración argentina detrás del DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental) de Elon Musk. Aunque nunca habló directamente con el magnate, entiende que las conversaciones entre Milei y Musk sobre la agenda de desregulación argentina podrían haber sembrado esa semilla. “Está claro que Musk tenía una fijación con el tema de la desregulación, en particular por sus operaciones en SpaceX”, señala. Un guiño de la política local que, quizás, trascendió las fronteras y llegó a oídos del hombre más rico del mundo. Y en ese camino, la llegada de Starlink, otra empresa de Musk, al mercado argentino, es vista como un paso obvio: “Argentina es un país obvio para Starlink, porque es un país con muy baja densidad [poblacional] y grandes extensiones, entonces no es económico andar tirando fibra óptica por todos lados”. La visión de un país conectado, donde incluso las zonas más remotas puedan acceder a la internet satelital, pinta un futuro prometedor.
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